CASO X

YINCANA CRIMINAL

Querido detective,

Me has pillado, me quito el sombrero ante ti. Jamás pensé que estuvieses a la altura, pero lo has estado. Has conseguido ver mi sombra detrás de todo lo que ha sucedido. Y por eso ya no me encontrarás en España. Me fui antes de que llegases a mi casa, a atraparme. Mala suerte.

Supongo que ya lo has averiguado todo, pero como ya no importa, te lo contaré. Sí, yo era la compradora misteriosa para la cual J.L. Argüelles estuvo trabajando. Hace años que me consigue algunas piezas que se me antojan, y que se integró en la red de comercio de arte que he dirigido durante los últimos veinte años. Al fin y al cabo, si quieres las mejores piezas para tu colección privada, hay que conseguirlas al precio que sea. Y por suerte mi fortuna me permite pagar mucho, pero que mucho dinero.

Sí, lo confieso, nunca he tenido muchos escrúpulos. No sirven de nada en este mundo donde se prima siempre al más fuerte. Lo aprendí joven y jamás me he arrepentido de aplicarlo a rajatabla. Así pude formar mi fortuna en el mundo de las tiendas de moda, y así he formado también mi imperio a muchos otros niveles, que no te voy a desvelar, aunque puedes sospechar. Si supieses lo que te conviene, cogerías el cheque que hay junto a esta carta y te olvidarías de mi. Pero no sé porqué sospecho que no va a ser tan fácil deshacerme de ti.

Supongo que te preguntarás cómo ha acabado pagando Ariadna por todo esto. Me dio pena, pero tuvo que ser así. Aunque admiraba su obra, su instinto de escritora le había hecho interesarse demasiado por el incunable maldito y si nos descubría, toda la operación se iba a ir al traste. No iba a permitirlo después de llegar tan lejos, así que moví hilos para que le ofrecieran un mejor contrato en otro sitio, y dejé caer la información a Diego Rivelles, conocido desde hacía tiempo. Luego sucedió lo que tenía que suceder. Cuando conoces el alma humana, es muy fácil manipularla.

Por último, queda el profesor. Pobre doctor Caro. No merecía acabar así, pero mis socios consideraron que era un riesgo que confesara, la presión estaba haciendo mella en el pobre falsificador y estaba demasiado cerca de llamar a esa inspectora Fernández suya, para la que ha estado trabajando. En fin, no se pueden permitir chivatos en esta línea de negocio.

Ahora, con mi avión camino a un destino donde la repatriación no es posible, no puedo más que decirte que quien ríe la última, ríe mejor. Y no me has quitado el buen humor, de momento.
Nos veremos en un futuro, detective.

No me olvides,
Soledad Gutiérrez de Alcántara.